30.5.06

27.5.06

Mi final de París (3ª y última parte)

Esta vez, el vagón del RER iba abarrotado. Camisetas amarillo fosforito, azulgrana, amarillas del Arsenal, bicolores del Centenari, granas del equipo londinense... Parecía que fuese a celebrarse un cuadrangular en lugar de una final entre dos equipos. Bajé del tren y me dirigí hacia los chiringuitos organizados por el Barça para ver si encontraba a mis colegas castellonenses. Cerca de media hora después, di con ellos. Seguían sin entrada. Insistían en esperar hasta que el partido comenzase para acosar a los reventas con ofertas que, a esas horas, sonaban ridículas para los precios que se pedían. En seguida me di cuenta no sólo de que había cada vez más ingleses con carteles solicitando entradas, sino que el número de culés empleando la misma técnica seguía subiendo.
Las seis y media. Decidí dar una vuelta a todo el perímetro del estadio para ver si se abría alguna otra posibilidad que la de soltar 3.000 euros por un ticket. No había forma. Camino a la entrada de personal acreditado y medios de comunicación, me encontré con ¿insignes? barcelonistas que, dichosos y felices, iban a ver el partido. Al pasar junto a algunos de ellos (un ex-director del más veterano periódico de información general de Barcelona formaba parte del grupo, así como otros tertulianos, por llamarles de un modo suave), quise hacer un chiste: “No les sobrará una entrada, ¿verdad?”. La mirada que recibí me recordó a aquel anuncio de atún en el cual alguien contestaba al sabroso pescado: “¿pero tú tienes estudios, piltrafilla?”. En ese momento me acordé del sorteo, de las colas del RACC (que yo no hice, pero que seguro que esos ¿VIPS? tampoco), del lío de los “compromisos institucionales”, de los despreciables afortunados en el sorteo que vendían su ticket por mil o mil y pico euros... Sabía que encontrar una entrada en París iba a ser poco menos que misión imposible, pero no pude evitar desanimarme.
Una vez me convencí de que no podría ver el partido en vivo, me di cuenta de que tenía que buscar un lugar para verlo plácida (si es que eso es posible en una final) y cómodamente por televisión. Eran las 19:15 y tenía cerca de una hora y media para buscar emplazamiento. La primera idea fue quedarme en los bares que había junto al estadio, pero estaban llenos de ingleses “rellenos” de cerveza y no tenía ganas de compartir con ellos una experiencia así. Volví hacia la estación y enfilé de nuevo el camino hacia el centro de París. Bajé del tren en la parada de Saint Michel-Nôtre Dame y llegué al barrio latino, una zona en la que recordaba, de anteriores viajes, cierta animación, un buen número de restaurantes y diversos locales nocturnos. Comencé a caminar por sus calles y al pasar por delante de un restaurante griego llamado “Le Meteora”, me llamó la atención un tipo que se dedicaba a romper platos en la puerta para atraer clientes. “Curioso método”, pensé. El tipo me vio mirarle y me señaló un folio que ponía “Ce soir, FC Barcelone-Arsenal FC sur TF1” para, acto seguido, hacer lo propio con un enorme televisor de plasma que había al fondo de la sala. Aún no eran las ocho y a esa hora, al menos para un tipo ibérico como yo, aún era muy pronto para cenar. De todos modos, entré y pedí una cerveza.
Llevaba algún tiempo allí mirando la previa del partido cuando comenzó a sonar una base rítmica que procedía de una especie de teclado. A su lado, dos músicos armados (que no provistos) de sendas guitarras, empezaron a tocar las melodías griegas más largas e inacabables que he escuchado nunca. Y un súbito dolor de cabeza me asaltó. Intenté hacer oídos sordos y diez minutos antes de empezar la final pedí la cena: para empezar, calamares rellenos; de segundo, la “brochette du patron”. El local no tenía pretensiones, la comida era buena y el televisor tenía, al menos, 46 pulgadas. Sin embargo, en cuanto llegó el primer plato me arrepentí: la dosis de comida era enorme. El camarero -que llevaba un pin del Barça que le había dado, según él, Henk Ten Cate- me dijo que no me preocupara, que tenía casi dos horas para acabar con ella. Pedí otra cerveza (marca Marathon, no podía ser otra) y comenzó el partido.
Justo entonces entraron 3 ingleses que se colocaron en la mesa contigua a la mía. Como yo no tenía sonido ambiente, grité como un energúmeno el gol anulado a Giuly para, instantes después, sentirme un poco imbécil. Gol de Campbell. Los ingleses dicen un simple “Yes” y aplauden un par de veces. Los griegos siguen tocando y yo siento que mi cabeza va a estallar. Pido una aspirina pero mi camarero me dice que no tiene y que tranquilo, que ganaremos. Llega el descanso y, a falta de aspirina, pido la tercera cerveza mientras intento acabar con la brocheta del jodido patrón. Comienza la segunda parte, el sirtaki (o lo que tocaran aquellos señores) no hacía más que incitarme a consumir cerveza. Cuando estoy a punto de acabar con la cuarta Marathon, marca Eto’o. El camarero viene, me estrecha la mano y, sin pedirla, me trae otra cerveza. Empiezo a preocuparme pero me digo: “¡Qué demonios! Si hoy no tengo que conducir...”. Le doy el primer trago y llega el gol de Belletti. A partir de ahí, contemplo el rondo del Barça en los últimos diez minutos y la música griega empieza a no desagradarme. Acaba el partido y charlo con los ingleses (de hecho, eran irlandeses de Belfast) sobre el partido, me felicitan, les consuelo diciéndoles que tienen un equipo muy joven y con futuro y pido la cuenta al camarero. El tipo debía ser culé, porque sólo me cobró tres de las cinco cervezas que bebí. Pagué (48 euros, por si a alguien le interesa, mucho menos que los indecentes 3.000 de un trozo de papel para el Stade de France) y me fui caminando, feliz y algo eufórico -y no por la victoria- por la orilla del Sena hacia la Torre Eiffel, donde encontré cientos de culés que, como yo, se habían conformado con ver la final por televisión.
Mientras andaba, la noche parisina era más bien silenciosa. Un silencio sólo roto por el sonido de los coches matriculados en España que tocaban el claxon al ver mi camiseta y por los escuetos “Congratulations” que recibía de los supporters ingleses que se cruzaban en mi camino. Sin embargo, en mi cabeza, aún dolorida, había otro sonido redoblando: el de la música griega, quien sabe si una señal de que dentro de un año pueda ser Atenas la ciudad que contemple mi deambular por sus calles. Eso sí: esta vez procuraré llevar entrada.
Foto: elmundo.es

23.5.06

Mi final de París (2ª parte)

Lo primero que hice fue comprobar que en el centro de París no habría forma de encontrar una entrada, así que me encaminé hacia el Stade de France. El estadio está enclavado junto a una de las vías rápidas de entrada a la ciudad y junto a diversos centros comerciales y salas de cine. Aunque en días de partido es prácticamente imposible llegar en coche, el metro (mejor dicho, el RER, una especie de tren de cercanías) llega justo hasta la entrada. En los terrenos aledaños al campo, el Barça había organizado diversos chiringuitos para que sus aficionados pudieran pasar las horas previas al partido en un ambiente agradable. La avenida que une la estación del RER con el estadio estaba llena de puestos de comida, bufandas, recuerdos y todo tipo de gadgets conmemorativos, pero lo que más me llamó la atención fue la cantidad de seguidores del Arsenal que sostenían en sus manos un cartón en el que habían escrito: “J’achète billets – I need Tickets – Necesito entradas”. Mal asunto, pensé.
Seguí caminando y me detuve en un puesto de perritos calientes (¡oh, la cuisine française et sa grandeur!) en el que había varios seguidores culés hablando sobre la posibilidad de encontrar una entrada. Pedí un bocadillo y una cerveza y me uní a la conversación. Eran cuatro aficionados de Castellón, de los que uno tenía entrada adquirida en el RACC (¡esa gente existe!) y los otros tres, como yo, habían llegado a París sin entrada. Me dijeron que habían localizado un par de reventas y que les ofrecían una entrada por 3.000 euros o dos por 5.000. Ahí vi claro que no iba a poder entrar al campo. Mis colegas de almuerzo me explicaron que tenían previsto pasar el día allí y volver a pedir precio al reventa una vez que empezara el partido. “Cuando haya comenzado la final, le diremos que le ofrecemos 200 por entrada; si los quiere, perfecto. Si no, que se las coma”. Muy optimistas les vi, pero quedé con ellos en que por la tarde volvería para ver si progresaban o no. Era alrededor de la una del mediodía y, pese a que el ambiente y la convivencia entre las dos aficiones era magnífico, me di la vuelta y volví a París a dar un paseo, a hacer alguna compra (aún recuerdo la cara de estupefacción del dependiente de una de esas tiendas de alta alcurnia cuando me vio entrar en el establecimiento disfrazado con bufanda, camiseta, tejanos, bambas y cara de haber dormido poco) y a sentarme a descansar bajo el sol parisino. Sobre las cinco de la tarde, regresé al Stade de France.

21.5.06

Mi final de París (1ª parte)

Me senté delante del ordenador con la intención de escribir mi previa de la final de la Liga de Campeones. Abrí el correo y descargué los mensajes, entre los que había algún comentario a mi último post donde “matxouni” me preguntaba si iba a postear una previa. “En eso estaba”, pensé. Pero, de repente, sin saber bien cómo, me dio un impulso y contesté: “No voy a hacer previa. Salgo para París en una hora”. Me sorprendí a mí mismo al verme escribir esas dos breves frases, pero eso fue exactamente lo que hice: preparar cuatro cosas, coger el neceser, meter en la mochila la bufanda y la camiseta del Centenari, hacer acopio de CDs que me hicieran más liviano el viaje, subirme al coche e iniciar -solo- un trayecto de mil ciento y pico kilómetros, los que separan mi domicilio de la capital francesa. Eran, más o menos, las cinco de la tarde del martes 16.
El viaje transcurrió bien mientras hubo luz diurna, pero cuando se hizo la noche los kilómetros parecían tener más de mil metros. Finalmente, a eso de las cuatro de la madrugada, estacionaba el coche en una solitaria calle de Montmartre, a escasos metros del Moulin Rouge y de la plaza Pigalle. Recliné el asiento e intenté echar una cabezadita. El intento duró apenas dos horas, porque fue entonces cuando empecé a percibir el ambiente de final europea. O, mejor dicho, a darme cuenta de que en esa final europea había un equipo inglés, puesto que a las seis de la mañana había algún supporter pasado de alcohol que iba profiriendo gritos por la calle. Me levanté, desayuné (café au lait et croissant, naturellement) y conduje hasta el Stade de France. A esa hora ya estaban cortados los accesos al campo, por lo que decidí desandar el camino y abandonar el coche en un parking de la Escuela Militar, al pie de los Champs de Mars y muy cerca de la Torre Eiffel. A partir de ese momento, sólo iba a moverme a pie o en metro.
Sobre las ocho de la mañana empezaron a aparecer muchos de los seguidores del Barça que habían viajado con el RACC y que se concentraron bajo la torre, convirtiéndola en el verdadero punto de encuentro de los culés. Justo al otro lado del río, frente al palacio de Chaillot, la UEFA había montado una especie de feria con un campo de fútbol-7, stands de sus patrocinadores y una fantástica pantalla gigante donde quienes no teníamos entrada presumíamos que podríamos ver la final. Me acerqué allí y pregunté a un miembro de la organización si iban a transmitir el partido. No sólo me dijo que no, sino que debía estar tan harto de responder la misma pregunta que decidió hacer público a través de la megafonía que no iba a haber partido en aquella pantalla (¡y no me toquen más las narices!, le faltó decir).
Ante ese panorama, tenía dos opciones: intentar encontrar una entrada o localizar un lugar donde ver el partido sin demasiados problemas. Para lo primero, no podía perder demasiado tiempo; lo segundo, en cambio, no debería suponer problema alguno. Así que inicié la búsqueda...

11.5.06

Pues van apareciendo las caravanas...

El otro día me preguntaba dónde habían ido a parar las 500 entradas que el F.C. Barcelona destinó a la caravanas organizadas por los medios de comunicación. Por el momento, ya han salido a la luz algunas:
- 130 entradas para el diario Sport.
- 130 más para el Grupo Godó (El Mundo Deportivo / La Vanguardia / Rac1).
- 20 para Radio Barcelona (Cadena SER).
Estas son las que he encontrado a día de hoy: un total de 280. No sé si hay más caravanas organizadas, pero espero que al final la cifra de entradas sea realmente de 500. Si es así, seré el primero en aplaudir.

5.5.06

¿Dónde están las caravanas a la final que organizan los medios de comunicación?

Son muchos los socios del Barça enfadados -y con razón- por el reparto de entradas para la final de la Liga de Campeones del día 17. Guste o no, sabemos que 8.000 socios fueron galardonados en el sorteo, 6.000 más compraron el paquete de viaje más entrada en el RACC, el club de ha quedado 2.900 y otras 3.500 han ido a manos de las peñas.
Sólo me falta un cupo por localizar: ¿dónde están las 500 entradas para los medios de comunicación que, según dijo el vicepresidente Albert Vicens, "también organizarán desplazamientos a París"? ¿Alguien sabe qué medios son esos?
He oído a Jordi Basté en RAC1 decir que ellos no tienen entradas y, al menos por ahora, ningún otro medio (escrito, de radio o de TV) ha anunciado caravana alguna. ¿Alguien sabe algo?

4.5.06

El campeón más justo

El Barça se proclamó ayer campeón de Liga como mandan los cánones. Jugando bien, ganando su partido y desterrando todo amago de contubernio (lamentable Fernando Vázquez, por muy irónico que fuera su comentario). Fue a buscar el partido y lo encontró. Con toque, con criterio y con el mismo juego que le ha hecho acreedor de un título que tal vez la gente no valora en su justa medida por la proximidad de la final de la Liga de Campeones. Se acabó la tontería del cagómetro (habría que cambiar su definición para convertirlo en algo así como “aparato que sirve para desviar la atención sobre los males propios de una forma triste y de mal perdedor”), aunque me temo que aún habrá que aguantar las chorradas sobre el Villarato que profieren algunos.
Nadie a quien le guste el fútbol puede poner en duda la justicia del triunfo azulgrana, que se ha producido a falta de tres jornadas para el final. Gustará más o menos el resultado de la competición, pero si hay un año en el que puede decirse que “la Liga siempre la gana el mejor”, es éste.

Y, ya que estamos de fiesta, cuelgo un vídeo de un programa de Cuatro en el que se hace una curiosa lectura de la letra del himno de la Champions League.